El viaje a que os invito en esta ocasión ha sido el más corto y, quizás, el más intenso por la acumulación de acontecimientos vividos en sólo una mañana. Y es que desde Andújar hasta el embalse del Jándula, entre la ida y la vuelta, no se superan los ochenta kilómetros. Con esto quiero deciros que estáis perdiendo una gran ocasión para conocer una zona del parque natural repleta de sensaciones y paisajes de los que obtener enseñanzas. Sin ir más lejos, he tenido la oportunidad de recorrer algunas de las calles que aún quedan en pie y habitadas, y también parte de las ruinas del antiguo poblado de La Lancha, una construcción que se hizo allá por el siglo pasado, concretamente en 1927, y que dejó de ser un lugar idóneo para vivir justo cuando finalizaron las obras de la construcción del embalse al que os invito a visitar.
Como siempre, el camino lo inicio en Andújar y paso por la puerta del centro de visitantes (ya sabéis, por si necesitáis alguna información). Un buen desayuno compartido con buena gente en el complejo turístico Los Pinos y derecho al destino. Sobre este complejo, al que me gusta denominar como centro gastronómico por razones obvias, sobre todo una vez conocida su cocina y sus especialidades en carnes de caza, deciros que hace muy poco fue premiado por parte de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta deAndalucía por su decidida actuación a favor de un medio ambiente más sostenible, y que hace unos meses acogió la presentación del libro “El Parque Natural Sierra de Andújar en el ojo del lince”, con fotos de Ferrán Aguilar y textos de Txiqui López (Viena Ediciones), todo una contecimiento cultural que tenía como principal objetivo agradecer el apoyo de la gerencia de este establecimiento al trabajo de los autores del citado libro, y muy especialmente a la figura de don Ramón Barrios, desgraciadamente fallecido. Este acto ha servido para comprobar que el complejo turístico está perfectamente preparado para acoger este tipo de eventos, y no sólo por la gran capacidad organizativa que mostraron sus propietarios, sino por el inmaculado trabajo que hace para proyectar nuestra cocina y los productos de nuestra sierra.
Pero volvemos al camino y os recuerdo, una vez más, la dirección que debéis seguir es la misma que os ha llevado hasta El Centenillo, es decir, justo a la salida del restaurante a la derecha. Veréis que entre las señales que os encontráis figura la del embalse del Jándula y Central Eléctrica, lo que os confirma que habéis elegido bien. Si habéis hecho ya el recorrido de la ruta del toro, esto quiere decir que conocéis el camino, que durante unos kilómetros es estrecho pero con buen firme y que luego pierde casi toda su calidad y debéis compartir el poco que queda con infinidad de socavones y guijarros. Con todo, es transitable y sólo os exigirá un poco de cuidado para evitar males mayores en el vehículo.
Cuando alcancéis Los Escoriales, de nuevo la disyuntiva de los tres caminos para elegir. En esta ocasión, el de la izquierda es el que nos conducirá hasta el embalse, aunque la señalización no lo anuncie. Sí leeréis Cabeza Parda, que es una gran finca del parque, una de las que mayor número de monterías organiza anualmente, y otro anunciando Central Eléctrica. No obstante, a la izquierda, justo a la entrada del camino, veréis que existe una leyenda oficial puesta allí por la Dirección del parque que os da todo tipo de detalles sobre el recorrido que estáis a punto de iniciar. Es más que suficiente y sólo debéis disponeros a disfrutar de todo lo que veáis, que es mucho. Durante unos dos kilómetros, la presencia de toros bravos es notoria y, con un poco de suerte, tendréis la oportunidad de ver comer a estos hermosos animales en los comederos de granito de la sierra que la propiedad ha previsto para ello. Por el número de ellos y por la situación que los encontráis en el camino, a ambos lados, no preocuparos porque no pasaréis de largo. El firme, como en el resto de los caminos que hemos recorrido, es de zahorra, en este caso también bien compactada y que permite circular con seguridad y comodidad. La carretera es la misma que se hizo en su día para la construcción del embalse, es decir, de trazado sinuoso a veces y de perspectivas paisajísticas únicas siempre, aunque con cortados y laderas que exigen atención especial al conductor, y de ello dan fe los restos que os iréis encontrando a lo largo de todo el recorrido. Conforme os vayáis acercando al destino, un característico árbol os irá marcando el camino y en número más que suficiente. Se trata de una nutrida representación del eucalipto, que se mantienen erguidos desafiando las inclemencias del tiempo. También seréis acompañados por los animales propios de la zona, especialmente de ciervos y jabalíes, aunque en esta ocasión no nos han faltado perdices, de las que pudimos disfrutar dos camadas que nos alegraron el viaje y del vuelo lento, majestuoso y en círculo, del buitre leonado.
Como nos diría un serrano, “el camino no tiene perdeera”. Y es que sólo hay que seguir la carretera (por cierto, repleta a ambos márgenes de las rocas más características del parque, unos inmensos bolos de granito de todos conocido y también del que no lo es tanto, es decir, del granito rosa) porque en este caso no existen entradas o salidas alternativas que pudieran inducirnos a error. Así, con tiempo para observar y cuando más deseosos estéis de buscar un lugar para sacarlas primeras fotos del día, os daréis de bruces con el mirador que os vienen anunciando desde un kilómetro antes. Se trata de un balcón que nos proporciona impresionantes vistas sobre el embalse, aunque no podréis leer la leyenda en el panel informativo allí colocado al efecto, porque una vez más los de siempre han hecho todo lo posible para borrarlo. Y lo han conseguido. Lo que no podrán borrar de vuestra memoria es la paz que os proporcionará este mirador, las infinitas posibilidades que tendréis para crecer medioambientalmente ante tal profusión de naturaleza y de haber vivido unos instantes extraordinarios.
Desde este punto al embalse, poco os queda. Comenzáis el descenso hacia éste y, en medio, a poco más de un kilómetro, veréis unas ruinas sobre las que nos detendremos en otros párrafos de este comentario, porque os adelanto que merecerá la pena. Así, ya hemos llegado. Disponéis de espacio más que suficiente para aparcar, porque al lugar acuden desgraciadamente pocos visitantes. Esto quiere decir que no existen establecimientos de ningún tipo y que este es el momento en que os debo recordar que es fundamental que os hagáis acompañar de líquido en cualquiera de sus formas para evitar malos tragos. Asomaros por todos los lugares que os apetezcan, buscar los idóneos para la foto y no dejéis de recorrer la totalidad del ancho del embalse. La construcción se hizo, y esto le añade un plus de majestuosidad al conjunto, sobre granito, aprovechando el diseño del propio terreno. Comenzó en 1927 y finalizó en 1931, es decir, sólo cuatro años invertidos en una obra que está a punto de cumplir los 79 años. En realidad, no sabemos si fue mucho o poco tiempo, pero comparando las obras públicas que se ejecutan actualmente, de mucha menos envergadura y menos complejidad, que se eternizan en el tiempo, la verdad es que nos parece un récord. Con intención de aportar algunos datos sobre lo que se abre ante vuestros ojos, aunque sin intención de exhaustividad, deciros que la capacidad que tiene este embalse es de más de 340 millones de metros cúbicos. La factura final le supuso al Estado la inversión de más de veinticinco millones de pesetas. En cuanto al espacio que ocupa la zona inundable, ésta supera las mil trescientas hectáreas.
Justo al llegar a la otra parte, veréis que un túnel os ofrece la posibilidad de cruzarlo para ver lo que existe detrás de él. Os adelanto que peligro como tal no existe, pero sí que debéis cruzarlo con algo que os ilumine, porque la visibilidad no es completa en algunos puntos. Comprobaréis que es un lugar escogido por quienes gustan de la pesca, no sólo por la tranquilidad que allí se respira, sino porque el acceso al pantano se puede hacer a pie, Por cierto, desde varios puntos del embalse podéis disfrutar de unas vistas sobre el santuario que estoy seguro que disfrutaréis y que os mostrarán una perspectiva majestuosa sobre este lugar santo al que tanta devoción profesamos. En la zona de la estación eléctrica como tal, a la izquierda del edificio de la presa, un camino se abre a vosotros que os servirá para comprobar la belleza natural del conjunto, pero muy especialmente del cauce del Jándula, que se pierde a la vista entre infinitos meandros y exuberante vegetación, paisaje al que no ha faltado la presencia de patos salvajes disfrutando de un río hecho a su medida. El mayor exponente del conjunto es el Sendero del mirador del Rey, del que encontraréis suficientes detalles en el panel situado junto al muro del embalse, en donde figura el dibujo del recorrido que podréis hacer a pie.
Tan faraónica obra demandó nada menos que mil trabajadores para su realización, que para esa época suponemos que debió ser un regalo caído del cielo para muchos de ellos. Éstos demandaron lugar para vivir con dignidad y posibilidades de prosperar, y precisamente con esa intención antes se construyó un poblado con todo tipo de edificios, tanto para las personas que allí vivirían como para el almacenaje del material necesario para la realización de la obra.
El poblado de La Lancha, que así es como se llamó y se llama, al albergar a los familiares de los trabajadores, llegó a sumar nada menos que tres mil personas, lo que le exigió enseguida servicios de todo tipo, desde los parroquiales (la iglesia se mantiene en pie y con aspecto muy sano) hasta los lúdicos, como es el teatro. No faltó tampoco el apoyo del economato, imprescindible para la adquisición de alimentos a un precio reducido. Por otra parte, teniendo en cuenta que el entorno del trabajo, además de frenético, revestía bastante peligro, la construcción de un hospital se hizo imprescindible y no tardó en contar con él para la recuperación de los trabajadores y sus familiares. Naturalmente, la Guardia Civil tenía un puesto junto al poblado, responsabilizándose de las posibles alteraciones del orden público que se produjeran, aunque no constan escándalos importantes. Y no añado más datos sobre este poblado porque creo que es merecedor de un detallado trabajo que prometo publicar en el blob en cuanto lo acabe, aunque, no obstante, debo deciros que fue estremecedor recorrer sus ruinas entre el silencio del entorno y el crujir del manto de hojas de eucalipto bajo nuestros pies. Es evidente que La Lancha fue un núcleo muy importante para los tiempos en los que fue construido y que sus moradores, que demandaban todo tipo de alimentos y equipamientos de todo tipo, ayudaron en tiempos de penuria a la población de Andújar. Primero, proporcionando trabajo a muchos de ellos, y, posteriormente, y durante los casi cinco años que duró la obra, adquiriendo en sus establecimientos la mayoría de sus necesidades. Actualmente, como hemos dicho en párrafos anteriores, sólo unas cuantas viviendas presentan signos de vida, aunque no pudimos ver a nadie deambulando por sus calles. El entorno, sin embargo, promete turísticamente, ya que el contenido y el paisaje que proporciona al visitante creemos que permitiría un conjunto de turismo rural de gran futuro.
En viaje, en fin, ha resultado de lo más interesante, ya que, además del descubrimiento del poblado y de comprobar la gran capacidad que desarrollaron los directores de la por entonces faraónica obra del embalse para finalizarla con éxito y en sólo cuatro años (1927-1931), hemos visto de cerca un entorno maravilloso que ha saciado con suficiencia la necesidad de campo, de naturaleza, con la que hemos afrontado este verano del 2009 y del que hemos disfrutado en silencio y respeto a nuestro entorno, Gracias a todos los que lo habéis hecho posible.