¡Mira que somos raros! ¡Como seres humanos en general, aunque muy especialmente en nuestra condición de españoles! Extraña que desde hace años cualquiera pueda recorrer toda Europa con sólo su carné de identidad como salvoconducto y raramente tener problemas ligados con su nacionalidad. Cualquiera de vosotros lo ha podido comprobar y desde luego que con el pasaporte en regla y al día podemos andar por el mundo sin más preocupación que la de encontrar comida que ingerir sin dudas justificadas, sobre todo cuando visitas Oriente. Personalmente, mi experiencia ha sido siempre positiva y, por lo que conozco, sólo en países en los que se sabe de su excepcionalidad con respecto a los derechos humanos se deben tomar precauciones.
Sin embargo, cuidado con quienes, formando parte de nuestro país y dependiendo de la situación geográfica de sus autonomías, observan al resto de paisanos como gente menor y a la que no rendirle respeto. Recordad, por ejemplo, al seguidor de la Real Sociedad que acudió a Madrid para asistir a un encuentro de fútbol con el Atlético de Madrid. Su único error fue ir equipado con una camiseta de su equipo. Ese y cruzarse en el camino hacia el estadio con ultras del club madrileño. No hubo menosprecio ni malos rollos; sólo que los madrileños vieron en el donostiarra, no a un aficionado y sí a un enemigo. Y punto. A partir de este fatídico instante se inició en uno de los ultras un deseo irrefrenable de pinchar al vasco y no lo dudó. Lo que dijo en el juicio fue que él sólo quería asustarle, pero todo indica que su intención primera y única era la de matarle. Y fue lo que hizo: meterle la hoja de una navaja en el pecho con todas sus fuerzas y dejarlo tirado en el suelo sin posibilidad de recuperación, porque casi murió en el acto. Pudo ser una pelea entre hinchas, absurda y todo lo que se quiera, pero sin más consecuencias. Pero en ésta subyacía, como se supo después por los testimonios de los testigos, el que se tratara de un “vasco de mierda”. No precisó su asesino de nada más; sólo que no le caís bien su país de nacimiento.
Ahora, durante las fiestas sanfermineras que estos días se celebran en Pamplona, ha ocurrido lo mismo, es decir, ha habido un ataque parecido con resultado de un herido grave, aunque con la diferencia de que esta vez ha sido sobre un andaluz, concretamente gaditano, y por parte de un chico navarro. Su pecado o error fue llevar puesta una camiseta de la selección española y, encima, sentirse orgulloso de ello. También aquí el asesino en potencia sólo necesitó de detalle tan nimio para interpretar que lo provocaba y no se lo pensó. Como si estuviéramos en tiempos de guerra, sin mediar palabra y jaleado por sus “compatriotas”, le metió una puñalada en la axila que le llegó hasta el pulmón y que ha necesitado de ayuda quirúrgica para ser estabilizado. Y supongo que, cumplido el mandato que la enferma mente le había dictado a este aprendiz de matón, se quedaría tranquilo consciente de saberse justiciero en nombre de su bendita Navarra. “¡Asqueroso andaluz de mierda, que se cree con derecho de venir a mi ciudad a vivir los sanfermines a cambio de unos cuantos euros!”, pensaría el chulo de mierda antes de decidirse a actuar.
Y tenemos que reconocer que formamos parte de un pueblo que no cuenta precisamente con buena imagen fuera de nuestras fronteras. En Cataluña, donde nos llaman charnegos y nos añaden calificativos de vagos y vividores, prisa tuvieron que darse los nuestros por incorporarse a la cultura y el idioma catalán si querían obtener un empleo que no fuera el de paletas o barrenderos. De hecho, algunos se incorporaron a partidos catalanes radicales y empezaron a reclamar más autonomía e incluso hoy piden a gritos la aprobación del estatuto. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir si se trata de cualquier otra autonomía, sin precisar, porque hemos escogido Cataluña al azar.
Estando como estamos en tiempo de vacaciones y que cualquiera de ustedes puede decidirse a visitar una España plural que asegura que nos espera con los brazos abiertos, quizá les convendría reconducir el viaje. Aunque sea sólo por salud. Evidentemente, todo tiene arreglo, pero cuando se acumulan tantos desafueros y aberraciones, cuando los propios gestores de esas autonomías son los que abundan en la diferencia y en el hecho de que el resto del mundo es sencillamente un estorbo, se nos ocurre deducir que se trata de un asunto que necesita de algo más que de buenas intenciones.
Sin embargo, cuidado con quienes, formando parte de nuestro país y dependiendo de la situación geográfica de sus autonomías, observan al resto de paisanos como gente menor y a la que no rendirle respeto. Recordad, por ejemplo, al seguidor de la Real Sociedad que acudió a Madrid para asistir a un encuentro de fútbol con el Atlético de Madrid. Su único error fue ir equipado con una camiseta de su equipo. Ese y cruzarse en el camino hacia el estadio con ultras del club madrileño. No hubo menosprecio ni malos rollos; sólo que los madrileños vieron en el donostiarra, no a un aficionado y sí a un enemigo. Y punto. A partir de este fatídico instante se inició en uno de los ultras un deseo irrefrenable de pinchar al vasco y no lo dudó. Lo que dijo en el juicio fue que él sólo quería asustarle, pero todo indica que su intención primera y única era la de matarle. Y fue lo que hizo: meterle la hoja de una navaja en el pecho con todas sus fuerzas y dejarlo tirado en el suelo sin posibilidad de recuperación, porque casi murió en el acto. Pudo ser una pelea entre hinchas, absurda y todo lo que se quiera, pero sin más consecuencias. Pero en ésta subyacía, como se supo después por los testimonios de los testigos, el que se tratara de un “vasco de mierda”. No precisó su asesino de nada más; sólo que no le caís bien su país de nacimiento.
Ahora, durante las fiestas sanfermineras que estos días se celebran en Pamplona, ha ocurrido lo mismo, es decir, ha habido un ataque parecido con resultado de un herido grave, aunque con la diferencia de que esta vez ha sido sobre un andaluz, concretamente gaditano, y por parte de un chico navarro. Su pecado o error fue llevar puesta una camiseta de la selección española y, encima, sentirse orgulloso de ello. También aquí el asesino en potencia sólo necesitó de detalle tan nimio para interpretar que lo provocaba y no se lo pensó. Como si estuviéramos en tiempos de guerra, sin mediar palabra y jaleado por sus “compatriotas”, le metió una puñalada en la axila que le llegó hasta el pulmón y que ha necesitado de ayuda quirúrgica para ser estabilizado. Y supongo que, cumplido el mandato que la enferma mente le había dictado a este aprendiz de matón, se quedaría tranquilo consciente de saberse justiciero en nombre de su bendita Navarra. “¡Asqueroso andaluz de mierda, que se cree con derecho de venir a mi ciudad a vivir los sanfermines a cambio de unos cuantos euros!”, pensaría el chulo de mierda antes de decidirse a actuar.
Y tenemos que reconocer que formamos parte de un pueblo que no cuenta precisamente con buena imagen fuera de nuestras fronteras. En Cataluña, donde nos llaman charnegos y nos añaden calificativos de vagos y vividores, prisa tuvieron que darse los nuestros por incorporarse a la cultura y el idioma catalán si querían obtener un empleo que no fuera el de paletas o barrenderos. De hecho, algunos se incorporaron a partidos catalanes radicales y empezaron a reclamar más autonomía e incluso hoy piden a gritos la aprobación del estatuto. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir si se trata de cualquier otra autonomía, sin precisar, porque hemos escogido Cataluña al azar.
Estando como estamos en tiempo de vacaciones y que cualquiera de ustedes puede decidirse a visitar una España plural que asegura que nos espera con los brazos abiertos, quizá les convendría reconducir el viaje. Aunque sea sólo por salud. Evidentemente, todo tiene arreglo, pero cuando se acumulan tantos desafueros y aberraciones, cuando los propios gestores de esas autonomías son los que abundan en la diferencia y en el hecho de que el resto del mundo es sencillamente un estorbo, se nos ocurre deducir que se trata de un asunto que necesita de algo más que de buenas intenciones.