Imprimir
Hace unos días hablábamos de las diferencias que encontramos en el territorio nacional y, derivadas de éstas, el mensaje que enviamos al resto del mundo. De acuerdo con los correos que habéis tenido a bien remitirme, parece que coincidimos al menos en lo fundamental. Ahora vamos un poco más lejos, aunque en la misma línea, puesto que al tiempo que confeccionábamos ese comentario ocurrían dos acontecimientos lo suficientemente trascendentes para Andalucía como para que creamos interesante buscarles un hueco en este blog y compartirlo con vosotros y vosotras. Por orden cronológico, uno lo protagoniza la Caja de Granada; el otro, Cajasur. Seguro que conocéis las decisiones que han tomado los respectivos consejos de administración de ambas cajas de ahorros y la trascendencia social y económica que nos tememos traerán éstas, especialmente para los empleados, ya que las dos han decidido compartir su futuro con entidades de ahorro que no tienen sus sedes sociales en nuestro territorio. El pasado día 1 de julio, los presidentes de Cajagranada, Caja Murcia, Caixa Penedès y Sa Nostra firmaron en Madrid el contrato por el que las cuatro entidades constituyen el Sistema de Institucional de Protección (SIP), que dará lugar al quinto grupo financiero de cajas por volumen de negocio, al sexto por volumen de activos y al cuarto por número de oficinas. La semana pasada, con Cajasur como referencia, se produjo otra fusión. Teniendo en cuenta que la caja cordobesa había recibido la invitación de Unicaja y Caja de Jaén, recién fusionadas, lo primero que extraña es el rechazo frontal del consejo de administración de ésta, que es lo mismo que decir la Iglesia cordobesa, a la invitación de estas dos cajas andaluzas, que ahora andan, por cierto, en conversaciones con Cajasol con el mismo objetivo.
No parece que sea necesario referirnos a la pérdida real de valores y de peso específico en el mundo de las finanzas que representan las dos decisiones, destacando por encima de cualquier otra premisa el hecho de que no hayan querido ninguna de las dos aceptar la construcción de una gran caja andaluza que sirviera como referencia en el país y mejorar de forma contundente las posibilidades de viabilidad económica de nuestra tierra. En el caso de la caja granadina, los firmantes se han referido a una fusión fría, que en el argot de estos señores quiere decir que, aun formando parte del mismo grupo, mantienen su identidad y su capacidad de decidir, aunque no se lo crean ni ellos. En cuanto a la de Córdoba, la elección que tomaron los sacerdotes responsables, los mismos que han originado un agujero de nada menos que quinientos millones de euros en pérdidas, fue la de dejar la entidad en manos del Banco de España para que éste la sacara a licitación y acabó eligiendo la BBK, es decir, una caja de ahorros vasca. Ésta, por absorber los activos y las pérdidas, ha recibido más de trescientos millones de euros del Banco de España. La otra realidad, según la denuncia que han hecho los sindicatos representados en esta caja, es que como la sede social de la nueva propietaria está en el País Vasco, la totalidad de los beneficios que genere se quedan allí, y hablamos de muchos cientos de millones al año.
Efectivamente, somos diferentes, aunque algunos no lo quieran entender. Las reacciones de las dos clientelas están siendo variadas, aunque se impone en algunas, como las de la caja cordobesa alentadas por partidos políticos, la retirada del dinero que tengan depositado. A todo esto, por si a la Junta de Andalucía le faltaba algo para mostrarse incompetente en asunto de tanto calado social y económico, y que debió evitar por todos los medios, el Gobierno se ha felicitado por la fusión de esta última con la entidad vasca y no os digo nada de Patxi López. El Banco de España, que ha sido el impulsor y por tanto agente imprescindible para consumar el desastre, ha hecho lo propio. Mientras, Andalucía pierde dos activos de gran calado, por el dinero que controlan y por el peso comercial que tienen en el territorio nacional. Demagógico o no, el mensaje de que a partir de ahora el dinero que se deposite en estas entidades no se quedará en nuestra tierra para la financiación de nuestras empresas y para mejorarles el futuro a quienes demanden su ayuda, especialmente en la hipoteca de las viviendas, no queda tan lejos de la realidad.
El resultado es que Andalucía se ha quedado sin dos de sus entidades de crédito más emblemáticas. Y mucho nos tememos que no es bueno para una tierra que ha sido esquilmada por los de fuera durante siglos. Si en estos dirigentes hubiera existido algo de amor por su tierra (si es que son de aquí), lo que hoy compartimos no tendría sentido. Las dos acciones vienen firmadas por gentes sin corazón y sin escrúpulos, y quiero dejar claro que quieto no me voy a quedar. Aceptar sin más esta realidad lo entendería como un fracaso personal.
No parece que sea necesario referirnos a la pérdida real de valores y de peso específico en el mundo de las finanzas que representan las dos decisiones, destacando por encima de cualquier otra premisa el hecho de que no hayan querido ninguna de las dos aceptar la construcción de una gran caja andaluza que sirviera como referencia en el país y mejorar de forma contundente las posibilidades de viabilidad económica de nuestra tierra. En el caso de la caja granadina, los firmantes se han referido a una fusión fría, que en el argot de estos señores quiere decir que, aun formando parte del mismo grupo, mantienen su identidad y su capacidad de decidir, aunque no se lo crean ni ellos. En cuanto a la de Córdoba, la elección que tomaron los sacerdotes responsables, los mismos que han originado un agujero de nada menos que quinientos millones de euros en pérdidas, fue la de dejar la entidad en manos del Banco de España para que éste la sacara a licitación y acabó eligiendo la BBK, es decir, una caja de ahorros vasca. Ésta, por absorber los activos y las pérdidas, ha recibido más de trescientos millones de euros del Banco de España. La otra realidad, según la denuncia que han hecho los sindicatos representados en esta caja, es que como la sede social de la nueva propietaria está en el País Vasco, la totalidad de los beneficios que genere se quedan allí, y hablamos de muchos cientos de millones al año.
Efectivamente, somos diferentes, aunque algunos no lo quieran entender. Las reacciones de las dos clientelas están siendo variadas, aunque se impone en algunas, como las de la caja cordobesa alentadas por partidos políticos, la retirada del dinero que tengan depositado. A todo esto, por si a la Junta de Andalucía le faltaba algo para mostrarse incompetente en asunto de tanto calado social y económico, y que debió evitar por todos los medios, el Gobierno se ha felicitado por la fusión de esta última con la entidad vasca y no os digo nada de Patxi López. El Banco de España, que ha sido el impulsor y por tanto agente imprescindible para consumar el desastre, ha hecho lo propio. Mientras, Andalucía pierde dos activos de gran calado, por el dinero que controlan y por el peso comercial que tienen en el territorio nacional. Demagógico o no, el mensaje de que a partir de ahora el dinero que se deposite en estas entidades no se quedará en nuestra tierra para la financiación de nuestras empresas y para mejorarles el futuro a quienes demanden su ayuda, especialmente en la hipoteca de las viviendas, no queda tan lejos de la realidad.
El resultado es que Andalucía se ha quedado sin dos de sus entidades de crédito más emblemáticas. Y mucho nos tememos que no es bueno para una tierra que ha sido esquilmada por los de fuera durante siglos. Si en estos dirigentes hubiera existido algo de amor por su tierra (si es que son de aquí), lo que hoy compartimos no tendría sentido. Las dos acciones vienen firmadas por gentes sin corazón y sin escrúpulos, y quiero dejar claro que quieto no me voy a quedar. Aceptar sin más esta realidad lo entendería como un fracaso personal.